ADSIS VOLUNTARIOS ASTURIAS
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"Aprender con 20 años qué cosas son importantes es impagable", afirma Cristina Portilla, una estudiante de Derecho que llegó al voluntariado, a través de la Asociación Española Contra el Cáncer en Asturias, siguiendo los pasos de su hermana mayor, que fue voluntaria antes que ella. Acompañando a los enfermos, al pie de su cama, aprendió, entre otras muchas cosas, que "saber estar en silencio es importante". Ella es la más joven de un grupo de veintidós personas, voluntarios del programa de acompañamiento a enfermos y familiares que la asociación puso en marcha en octubre del año pasado. Entre ellos hay enfermos que han experimentado el cáncer en sus propias carnes, personas que han cuidado de sus familiares enfermos y gente, como es el caso de Cristina Portilla, que altruistamente entrega su tiempo y su compañía.
La Asociación Española Contra el Cáncer en Asturias implantó este programa de voluntariado, de forma generalizada, hace un año, en octubre de 2012. Ahora está disponible en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), en Oviedo, y en Cabueñes, en Gijón.
Tomás Blanco, uno de los voluntarios más entusiastas, fue operado de cáncer de garganta hace dieciocho años y afirma que cuando sube al Hospital, al Cristo, lo hace dispuesto a pasarlo bien, a reírse con el paciente que requiera su compañía y hasta entonar una canción con él, si se da el caso -que ya se ha dado alguna vez, cuenta-. "Cuando les hablas de lo que tú pasaste y te ven allí, después de dieciocho años, se levantan de la cama", dice. Asegura que para él hablar del cáncer -una palabra que no entiende por qué la gente se empeña en evitar- es como hacerlo de una mala gripe.
En otras comunidades autónomas hay programas similares a éste desde hace más de veinte años, indica el psicólogo de la delegación de la asociación en Asturias, Martín Escandón, y si en el Principado no se implantó antes es, explica, "porque se necesita un número mínimo de voluntarios y porque aquí requiere un convenio con la Consejería de Sanidad". Poner en marcha este programa de acompañamiento, comenta, ha requerido tres años de gestiones. Hay algunas otras razones para la demora. "Es más complicado llevar a cabo este voluntariado en ciudades medianas, donde la gente se resiste a delegar lo que considera su responsabilidad, el cuidado de sus parientes. En grandes ciudades, como Madrid, la gente no tiene más remedio que hacerlo", señala.
Se trata tanto de ofrecer compañía y algo de distracción al enfermo, cuando su estado lo permite, como de aligerar la carga de los cuidadores, dándoles un corto relevo para salir un rato a tomar un café, a hacer unas compras o atender de sus hijos.
Pilar Felgueroso, otras de las voluntarias, ha vivido la enfermedad como víctima y como cuidadora. Los ojos se le empañan contando que su abuela, su madre, una hermana y ella misma han padecido cáncer de mama, con distinta fortuna. "Yo era una bomba de relojería andante y cuando llegó el diagnóstico lo esperaba, pero la vida tenía que seguir y en casa no cambio nada, seguimos con la misma rutina", cuenta. Ella, que ha estado en los dos lados, sostiene que el cáncer se afronta "peor como familiar que como enfermo". "A mí jamás se me pasó por la cabeza que me iba a morir", dice. En cualquier caso, Felgueroso puntualiza que ella nunca habla de su enfermedad con los pacientes o los cuidadores a los que va a visitar como voluntaria. Sólo hizo una excepción y fue hace unos días. "Era una chica que estaba mal, desesperada: era la tercera vez que afrontaba un cáncer. Por primera vez conté toda mi experiencia y le dije que tenía derecho a llorar, a enfadarse, a gritar, y lo hizo. Había pedido que un psiquiatra la atendiera y cuando acabamos la conversación retiró la petición", comenta.
Eva López también se enfrentó a una recaída. Su primer diagnóstico llegó hace doce años y siete años después el cáncer regresó. Ahora realiza labores de voluntariado. "La pauta, lo que debes hacer con cada uno, hablar o callar, lo marca la persona afectada, el enfermo o su familia", señala.
Ella tampoco es partidaria de evitar hablar del cáncer, aunque reconoce que "un porcentaje muy alto de enfermos prefiere no hacerlo". "La gente tiene tendencia a quitarle importancia, por ayudar. Te dicen que no es nada, que te vas a poner bien... A mí, personalmente, esa actitud me ofende", explica.
Las personas interesadas en contar con la ayuda o la compañía de un voluntario no tienen más que comunicarlo a los médicos y enfermeras. Estas últimas, destacan desde la Asociación Contra el Cáncer, son sus mejores cómplices, porque conocen de primera mano la situación vital de cada enfermo, si recibe visitas o no, o si la persona que lo cuida habitualmente necesita que alguien le dé un respiro.
"Primero falleció mi madre, luego mi padre y no tengo hermanos. No tenía con quien hablar y lloraba en el baño. No se puede imaginar lo sólo que uno se siente y lo que hubiera agradecido que alguien se acercara a ofrecerme un poco de ayuda", reconoce Maite Ronderos, otra de las voluntarias.
Los voluntarios de la Asociación del Cáncer están los lunes por la tarde y los martes por la mañana en el hospital de día del HUCA para quien lo necesite y también responden a demandas puntuales. "Ahora tenemos una señora que necesita una persona que la acompañe durante una semana", pone como ejemplo Escandón.
Antes de incorporarse a este programa los voluntarios pasaron un período de formación y dos cursos preparatorios. Una de las primeras lecciones que recibieron, comenta Clara Uría, que forma parte del grupo, es que "lo vivido en el trabajo de voluntariado hay que dejarlo a las puertas del hospital, que no hay que dejarse arrastrar por la desesperación. Eso forma parte de tu responsabilidad como voluntario". Puede que no resulte fácil de entender, pero que nadie se confunda, aclara, eso no significa ser insensible: "El día que no me importe el dolor ajeno dejaré de ser voluntaria"