ADSIS VOLUNTARIOS ASTURIAS
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Y YO ME PREGUNTO
Si; no lo voy a negar. Lo he pensado más de una vez: cómo sería. Cómo emplearía mi tiempo en prisión. Cómo dosificaría mis relaciones. Cómo entrenaría mi cerebro para asumir un “confinamiento”. Cómo me aferraría a un futuro mejor. Cómo dosificaría mis emociones. Y, sobre todo, cómo sobreviviría a la falta de afecto directo de los míos.
Si; no lo voy a negar. También me lo planteo cada jueves que voy a prisión. Ellos y ellas comparten dos horas de su tiempo con nosotras. Y yo me pregunto: ¿sería yo capaz? ¿sería yo capaz de aparcar mi angustia vital para compartir un tiempo colectivo con buena cara, con buena disposición, con buen carácter, con generosidad?.
No lo sé; no sé si sería capaz. Probablemente, no. Si analizo mi comportamiento diario, cuando, después de un día agotador, me cuesta dar conversación a mis vecinos en el ascensor… ….probablemente, no.
Pero ellos y ellas sí; y lo hacen. Lo compruebo cada jueves. Cuando llegan las cinco –hora taurina-, ha transcurrido una semana, probablemente salpicada de decepciones, de malas noticias provenientes de sus abogados, de sus familias, de su entorno inmediato, de frustraciones, de abatimiento…..Y cuando llegan las cinco aparcan su dureza, su dolor, su angustia, sus miedos, su rabia…; los aparcan en sus celdas, en los pasillos, en el patio…en el estómago…. Y entran con una buena palabra, con una sonrisa, con un gesto amable, con generosidad, con entrega…
No es difícil ver el esfuerzo que hacen para sacar de sus entrañas el ánimo necesario para participar en las actividades grupales, para sincerarse, para mirarse en el abismo de su interior, para romper su muro, para vencer a la negación. Y todo ello entre las evocaciones del olor exterior que, irremediablemente, nostras generamos y que, sin duda, perciben como amables alfileres.
Y cuando acaban esas dos horas, nosotras volvemos a nuestras casas, con los nuestros; y ellos y ellas vuelven a recoger su dolor, su angustia, sus miedos, su rabia; eso sí, no sin antes dar las gracias. Dar las gracias. ¿Cuántas veces escucho esta palabra al día? Ni las reconozco, porque en su mayoría reproducen un mero gesto protocolario, vacío, automático, frio y distante, que se me hace imperceptible. Sus gracias, no; las de ellos y ellas vienen directamente escupidas a tus ojos.
Y yo me pregunto, de nuevo, ¿yo sería capaz?
Para mí, su actitud no es una respuesta autoimpuesta; para mí, es el resultado de unos destacables valores morales que ellos y ellas poseen, entendidos como valores sociales, imprescindibles para la supervivencia de la vida en comunidad.
Y yo me pregunto – y que alguien me responda, si puede- ¿acaso es que ellos y ellas carecen de esos valores sociales, casualmente, antes de entrar en prisión y los pierden, casualmente, cuando salen de ella?
Sinceramente, no me lo creo.
Ana María